El Temor del Guerrero

 Eduardo D. Infante Favila

La batalla fue terrible. Al caer la tarde, el campo quedó cubierto de sangre. Cuerpos mutilados y heridos, que por misericordia fueron acabados por los hombres del guerrero.

Sobre una roca el guerrero ve el campo y sonríe satisfecho por el resultado de la batalla; nuevamente se levanta vencedor.

El guerrero está satisfecho, hoy cayeron bajo el filo de su espada al menos 25 enemigos. Sus hombres celebran la victoria y el guerrero comparte su alegría.

Dos días después, el guerrero se aleja del campamento. Necesita estar solo. Encuentra un pequeño claro en el bosque que le parece agradable y decide pasar ahí la noche.

El yelmo y la coraza son dejados a un lado, la espada y el escudo a la mano. "Siempre hay que estar preparado", se dice a sí mismo y se dispone a cenar para después dormir.

Estos momentos de soledad permiten al guerrero alejar de su mente la imagen de tantas batallas y enemigos muertos por su espada. La noche es fresca y agradable, el cielo tapizado de estrellas y una luna que invita al descanso, serán su compañía.

Poco después del amanecer, el oído entrenado del guerrero le avisa de un peligro inminente: a poco más de dos metros de distancia el único ser vivo a quien teme el guerrero lo mira fijamente.

El guerrero se mueve un poco a su derecha tratando de tomar su espada y aquella bestia mueve un poco la cabeza y da dos pasos en dirección al guerrero, este se queda inmóvil.

El animal no quita la vista del guerrero, parece estudiar la situación, suavemente, y balanceando la cabeza de atrás hacia adelante da unos  pasos de forma paralela al guerrero y se detiene. Con las garras rasga la tierra para demostrar su poder, con audacia acorta a la mitad la distancia que le separa del guerrero.

El guerrero ve los ojos de la bestia y tiembla, un sudor frío recorre su espalda, si pudiera moverse, se dice, saldría corriendo. Pero no puede, el temor lo tiene paralizado. El animal camina a la derecha y luego a la izquierda, a veces simula no verlo como invitándolo a tratar de huir para caer sobre él. De pronto, un pequeño ruido a la izquierda del guerrero parece llamar la atención del animal; los matorrales se sacuden, se oyen romper algunas ramas y un coc, coc, coc, se escucha como un susurro, la bestia escucha atenta, parece que reconoce ese sonido y nuevamente rasga la tierra.

El sudor baña el rostro del guerrero, ya cubierto con una mueca de temor. Las ramas se mueven y de entre los matorrales aparece el rostro de una hermosa niña de 8 o 9 años con el cabello revuelto. Al ver al caballero la pequeña se sorprende y está a punto de gritar. Con una rápida mirada, el guerrero informa a la niña de la presencia de aquel ser maligno; la niña le sonríe indicando que entendió el mensaje, da un par de pasos, se inclina un poco, gira y se aleja corriendo, llevando entre sus manos a la bestia, mientras grita: "mamá, encontré a la gallina".

F I N

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