MVZ Agustín Guevara Romero
Consultorio Veterinario Los Pastores
Hoy me trajeron al consultorio un perro mestizo de color gris con blanco, tal parece que es una cruza de raza poodle con schnauzer, como de tres años, su nombre FIFÍ, el perro venía al servicio de estética, había que rasurarlo a rape ya que su pelo estaba muy ensortijado, sucio y con innumerable cantidad de nudos difíciles de deshacer.
Mientras iniciaba el ritual de la revisión de rutina, noté la tranquilidad y serenidad del perro, moviendo sus orejas de un lado a otro, tratando de percibir todo lo que le estaba haciendo, su nariz la movía también de allá para acá percibiendo diferentes olores, en fin, el perro estaba alerta, atento a un entorno desconocido para él.
Empecé por cepillar sus orejas lanudas quitando el exceso de pelo del pabellón interno, limpiando y quitando costras de mugre de las comisuras de los ojos, donde se acumula la lagaña que se convierten en terrones de costras.
Yo notaba algo muy especial en el perro y era su mirada, él me miraba con sus ojos brillantes, me miraba hacia arriba y dirigía sus ojos a mi rostro, como tratando de comunicarse conmigo, moviendo su rabo lo que me hacía suponer que era amigable.
Lo tenía “colgado” es decir lo tenía sujeto del cuello mediante una cadenita al soporte de la mesa de estética para poder manipularlo. Cuando estoy solo o más bien acompañado de un perro en estética me da por “platicar” con él. Pero en el caso de Fifí, cuando empecé a “platicar” con él, sorprendentemente el perro me contestó a lo que le decía, quedé estupefacto, era increíble oír a un perro hablar.
- A ver Fifí quieto, que te voy a pelar. – le dije, acariciando su peluda y ensortijada cabeza.
- ¡No me llames Fifí! Mi nombre es otro, ¡Fifí qué nombre tan feo! ¡Grrrr!–dijo enojado ladrando y emitiendo fuertes gruñidos, mostrando los colmillos.
Me sobresalté ante semejante respuesta del perro, nunca había oído hablar a un perro, pensé que era obra del diablo.
- ¡Oye, pero es el nombre que me dio tu dueña! -Repuse exaltado y con cierto temor.
Se volteó y me dijo:
- ¡Mira, esa señora no es mi dueña, no sé quién se cree ni que nada! ¡Me tiene secuestrado! Protestó muy molesto.
- ¿Cómo que te tiene secuestrado? tu dueña te quiere, se preocupa por ti y seguro que te da de comer muy bien, debes estar agradecido con ella. - le dije aún sobresaltado.
- ¡No, no!, - aulló desesperado- ella me tiene secuestrado, he perdido mi libertad, no sé por qué esta señora me llevó a su casa y ahí vivo sin poder jugar con mis amigos. – Dijo llorando a moco tendido. - ¡Aúúúú!
Mientras lo acomodaba para iniciar el corte de pelo le pedí que me platicara lo que le sucedía, y que me contara cómo fue que lo tenían secuestrado.
- Bien perro, no te muevas que ya te voy a pelar, mientras tanto platícame cómo es que te secuestró esa señora. - Le dije al tiempo que le empezaba recortar el pelo a rape en el sentido de crecimiento del pelo, es decir cortando de adelante hacia atrás.
- Yo vivía cerca del canal que está por allá por el bordo ¿conoces? –Preguntó sacudiendo la cabeza, - vivía feliz con mi banda, muchos son perros y algunos otros son personas como tú creo que son niños. Mi casa es un tubo grande de concreto donde tenemos cobijas y algunos nidos hechos por nosotros para resguardarnos del frío y la lluvia. Ahí todos jugamos, comemos y somos felices, libres, luego van niños y juegan con nosotros, también algunas personas que recogen la basura del lugar nos dan de comer algunos huesos o sobrantes de su comida y nos convidan.
El perro continuó diciendo todas las peripecias por las que pasan él y su banda de compañeros perros en el barrio donde viven.
- Un día llegaron varias personas en camionetas lujosas y algunas con jaulas, nosotros felices por su llegada, les movíamos la cola de felicidad, ladrábamos mucho y fue entonces que una señora me colocó una soga al cuello y acariciándome me llevó al interior de su vehículo sin saber que iba a perder mi libertad. Esa señora me acariciaba, me decía –“qué lindo perrito me lo voy a quedar, lo rescataré y lo adoptaré”- así fue con otros perros, mis amigos, nos separaron y ahora no sé dónde se encuentran, perdí a mi pareja, una linda perrita y ahora sufro porque no sé donde está, la he buscado y no sé dónde la llevaron –comentó muy triste, se le salían las lágrimas al recordar a sus amigos y a su pareja.
Continué cortando el pelo, mientras le explicaba que estaría en buenas manos, que esas personas son protectores de perros abandonados en la calle y que no tienen un hogar donde vivir.
-Pero vas a estar bien, tendrás una casa donde vivir, alimento seguro, te llevarán con el veterinario para que te vacunen, te desparasiten y nunca te enfermes, te van a cuidar bien. - Repuse ante su angustia.
- Pero ¡si mi hogar está en el bordo! ¡ahí está mi casa y mis amigos!, - repuso angustiado.
- ¡Por favor ayúdame! ¡Déjame ir por favor, quiero ser libre! – gritó aullando.
- No, Fifí no, te tengo que entregar con tu dueña, ¡no puedo hacer eso! – le dije, tratando de comprender su desesperación y angustia
- ¡Que no me llames Fifí chingao! ¡Mi nombre es otro! – gruñó enojado.
- ¿Bueno y cómo te llamas? – le pregunté acariciando su pequeña cabeza a modo de tranquilizarlo.
- ¡Me llamo Goliath!, así me nombran mis amigos los niños con los que juego, ese sí que es un nombre de perro, – contestó muy ufano y orgulloso de su nombre.
- Está bien - le dije- pero tu dueña me dijo que te llamas Fifí, de modo que así te voy a llamar mientras tanto ¿eh?
- ¡Quiero ser libre, por favor ayúdame! No seas malito; déjame ir, ¿sí? Y cuidaré tu casa, seré tu perro fiel, pero quiero ser libre ¡anda! Ayúdame. – dijo implorando desesperado.
Me suplicaba que lo soltara, que lo dejara libre, dejarlo escapar, pero no era posible, mientras me comentaba acerca del lugar donde lo tenían viviendo o “secuestrado”
- ¿Sabes en donde vivo y con quién? – me preguntó.
- ¡Vivo en la casa de esa señora, en un pequeño espacio de unos cuantos metros, no se puede correr ni jugar, no hay niños que nos hagan correr y ahí hay muchos otros perros que como yo no sabemos por qué estamos ahí metidos, somos como cuarenta perros; hay perros muy feos que nos muerden y algunos hasta huelen muy mal y otros están enfermos, pero enfermos ¡desde que entraron ahí! Hay mucha suciedad, a veces nos falta el aire y dicen que nos van a adoptar, eso me da miedo, me aterra, porque no sé qué signifique. ¡¡Hay unas perras que ahí tuvieron a sus hijitos y se los quitaron que dizque para darlos en adopción y ellas ya no quieren comer por la tristeza que les embarga que les hayan quitado a sus hijos, es una injusticia!!! –replicó angustiado.
Luego de un rato me preguntó Fifí o Goliath:
- Oye amigo, dime una cosa, ¿sabes qué es castración? – preguntó inquieto y tembloroso.
Lo miré de reojo, primero sonreí y luego de forma seria le dije:
- Sí, sí sé qué es castración. – le dije.
- ¿Qué es? – volvió a preguntar inquieto.
- ¿Pero por qué quieres saber eso de la castración? – le pregunté.
- Es que he oído cosas feas sobre esa palabra, pero no sé qué signifique, algunos de mis amigos me han dicho que les hicieron castración, y no sé qué es eso.
- ¡Ay perro ignorante, te voy a decir! – le dije, poniéndolo de frente a mí, cara a cara.
- Castración significa que te van a quitar tus testículos, tus bolitas que traes entre las piernas, las quitan para que no tengas más hijitos o ya no te puedas aparear con tu novia. – Le expliqué.
- ¿Qué? ¿Mis qué? ¡Noooo! – ¡Aaa Úúúú! ¡nooo! Gritó desconsolado, cerrando las piernas con dolor.
- ¡Por favor libérame! ¡No tienen derecho a hacerme eso, no! ¡Por favor, quiero ser libre!
Terminé de rasurarlo, lo bañé, lo arreglé de forma que quedara bonito, le apliqué talco antipulgas y perfume.
- ¡Oye, eso apesta, huele feo, fuchi! ¡Achú! – dijo quejándose.
En eso, llega la dueña de Fifí (Goliath):
- ¡Hola! - dijo la dueña muy sonriente
- Vengo a recoger a mi Fifí, - que bonito, que rico huele mmmm, ven mi amor. -Dijo la señora cargándolo.
- Doctor, ¿Cuándo lo podemos castrar?, hay que esterilizarlo, ya ve cuantos perritos andan en la calle sin control y sin hogar. - dijo muy atenta y sonriente.
Miré a Goliath con la compasión de un padre, él estaba asustado, temblando, pero no de frío sino de miedo y pánico, sabiendo que lo iban a programar para castrarlo sin su consentimiento, mutilarlo sin que él sepa de qué se trata la esterilización, sintiéndose cosa en vez de un ser vivo con derecho a reproducirse como los humanos.
Esto es lo que hacen los “protectores” animalistas o rescatistas, con el afán de aliviar su espíritu y no sentirse culpables. Secuestran perros, les quitan su libertad, no los dejan luchar por su vida, los convierten en seres inservibles, dependientes del humano que se siente Dios al querer controlar la vida de estos amigos callejeros que saben vivir y sobrevivir ante las contingencias que da la vida. Perros, unos más fuertes y algunos otros, más débiles, así es la vida, sobreviven los más fuertes como la naturaleza manda.
Dejemos libres a los perros y gatos de la calle, no nos hacen nada, solo los débiles morirán. Además, ellos nos cuidan y nos ayudan a eliminar fauna nociva, dejémoslos libres.
No es un acto de irresponsabilidad, es sólo sentido común.
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