“El estudio de la paz no es meramente el estudio de la guerra, sino del CONFLICTO en todos sus niveles que afectan la calidad de vida de los seres humanos”.
J.P. Lederach
Palabras clave: Educación, Educación para la paz
Hace ya algunos años, no recuerdo cuántos, escuché hablar por primera vez de términos que me sonaban un poco raro, pero a la vez interesantes: educación para la paz, paz negativa, paz positiva entre otros. Por supuesto que llamaron mi atención y el tiempo me ha dado la oportunidad de ir ahondando en su estudio. Les compartiré algunas ideas.
A inicios del S. XX se dieron los primeros intentos formales por parte de Adolphe Ferriere, suizo, de incluir en la educación el tema de la “educación para la paz'', seguidos de los esfuerzos de John Dewey, norteamericano. Es también relevante el legado de décadas de trabajo de María Montessori —nominada en dos ocasiones al premio Nobel de la Paz. Es después de 1945 cuando estos esfuerzos se multiplican dada la devastación que dejaron las dos guerras mundiales, y a partir también de la creación de la ONU y de la UNESCO. Estos esfuerzos son en realidad la suma, la convergencia del trabajo de diferentes estudiosos y de organizaciones que promueven la tolerancia, la convivencia pacífica, la democracia y los valores universales.
Fue Johan Galtung, noruego, quien comenzó formalmente los estudios sobre la paz, en la década de 1960 tomando como referencia el legado de personalidades tan influyentes como Mohandas K. Gandhi, el “Mahatma”, quien no sólo propuso métodos no violentos para la resolución del conflicto de la independencia de India, sino que logró lo que parecía imposible: el imperio más poderoso del mundo salió de India, dejando la que fuera considerada “la joya de la corona”, la más importante colonia del imperio británico.
Las propuestas de Gandhi acerca de la noviolencia son un parteaguas y son para muchos, el punto de partida real, la inspiración para cambios importantísimos. Uno de los más preclaros “discípulos” del Mahatma fue el Dr. Martin Luther King Jr., quien también hace una reivindicación de los derechos humanos de los afroamericanos en EE. UU. Con estos antecedentes y episodios quiero comenzar a tratar los conceptos a los que hice referencia en la introducción.
Distintos tipos de paz
Primero quiero mencionar el concepto de Eirene, o de homonía. Este es un estado de ausencia de conflicto, un estado de armonía, al menos en el nivel de lo deseable. Se le llama también “la paz de los sepulcros” porque es como si nadie se quejara, como si el silencio de todos diera paso a esa aparente paz, que sin embargo puede ser el resultado de una decisión de no quejarse por parte de quienes sufren en silencio. Es por esto por lo que esta aparente paz no debe de ser tomada por hecho: puede ser engañosa.
La Paz Romana es aquella que es impuesta por la fuerza: es la ausencia de conflictos, pero a base de suprimirlos, de ahogarlos para que no se manifiesten.
Es la ausencia de guerra, generalmente por imposición, por coacción, por el uso de la fuerza. Esta paz rara vez es respetuosa de los Derechos Humanos ya que el fin es como mencioné, la supresión del conflicto y no su transformación ni su resolución.
A manera de ejemplo podemos mencionar cuando nuestros padres nos imponen “la paz” con los hermanos: conservamos esa paz por miedo al castigo, a las consecuencias. Incluso a veces me tocó que nos prohibieran jugar para que no llegáramos a ningún conflicto. Y ya como ejemplo entre países, la Guerra Fría. Una “guerra” que no fue tal y que sin embargo sólo nos dejó una paz entre las dos más grandes potencias del S. XX con guerras “menores” (ninguna guerra lo es) y una tensa calma que en más de una ocasión estuvo a punto de ser rota, como en la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962.
Esta “paz” es a la que le llamamos “paz negativa” —ya que no es auto-sostenible— carece de cualquier contenido plausible. Incluso se tienen como referencia macro indicadores de esta paz negativa: número de fuerzas armadas, gasto en armamento, número de homicidios por cada 100 mil habitantes, etc.
En Occidente ha prevalecido la idea de la paz negativa como si fuera el ideal a lograr. Sin embargo, en Oriente la paz tiene conceptos culturales muy diferentes: Santhi (hinduismo): tranquilidad, orden perfecto de la mente; Ahimsa (jainismo): no hacer daño a ningún ser viviente; Agape (cristianismo primitivo): el amor de entrega al prójimo como medio para la salvación; Shalom (judaísmo): prosperidad en la justicia. Esto es una ventana que nos permite imaginar otro concepto de paz.
La paz positiva es aquella que es auto-sostenible, que supone un nivel reducido de violencia y un nivel alto de igualdad, justicia y, por tanto, un cambio radical de la sociedad directa. Se busca eliminar las causas de la violencia estructural, y para ellos se necesita la actuación de todos los actores de una sociedad: un eficiente gobierno, sin corrupción; una justicia real, expedita; tolerancia; respeto a los Derechos Humanos; democracia real; altos niveles de educación y acceso a la misma; libertad de expresión; cuidado y acceso a un medio ambiente limpio; etc.
En países desarrollados como los nórdicos en Europa se puede ya visualizar este tipo de paz, pero no exclusivamente en ellos: Bután ha hecho esfuerzos loables para cambiar sus indicadores de desarrollo basados en la falacia de “una economía siempre creciente” a buscar crecimiento real de la calidad de vida con el indicador de la felicidad interna bruta.
Estos esfuerzos para lograr una paz positiva (y otros tipos de paz de los que podemos hablar en una futura entrega) sólo serán posibles si efectivamente dedicamos esfuerzos conscientes y premeditados para que los niños de todas las edades incorporen en su desarrollo herramientas de inteligencia emocional, habilidades de relacionarse con los otros y con ellos mismos de maneras compasivas, tolerantes, y efectivas. A esto le llamamos “educación para la paz”
Podemos encontrar directrices para todo ello en literatura, en películas, en ejemplos vivos y en la sabiduría de los adultos mayores. En todo aquello y todos ellos que nos muestren el camino para primero lograr estar en paz con uno mismo: juegos que no sean competitivos sino de cooperación, meditación, convivencia en la naturaleza, religiones… Los ejemplos abundan y la necesidad de la educación para la paz es real y más necesaria que nunca.
El XIV Dalai Lama nos lo dice en una bella frase: “La paz no es la mera ausencia de la violencia. La paz debe venir de nuestra paz interior. Y la paz interior viene de considerar las necesidades de los demás”.
En toda convivencia en la familia, en el salón, en la sociedad inmediata encontraremos algún conflicto, y en la educación para la paz, las herramientas para transformar el conflicto en crecimiento. No siempre es posible solucionar ese conflicto, pero sí es posible transformarlo para que con tolerancia y compromisos cambiemos nuestro presente, y por ende nuestro futuro.
En la medida en la que nuestros esfuerzos conscientes se den considerando que el conflicto es inherente a las relaciones humanas y que es posible educar para enfrentarlo, la educación para la paz rendirá frutos. En el documental “La Educación Prohibida” Pablo Lipnizky nos dijo “Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz”.
Quiero cerrar esta contribución citando a María Montessori: “El progreso de la humanidad depende de la formación de una personalidad humana que ame la paz. La suma total de individuos educados con esos objetivos bastaría para formar una sociedad pacífica”.
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