El Reloj

Eduardo D. Infante 

La tarde transcurre lenta y suavemente, la lluvia que golpea la ventana lo hace acompasadamente al ritmo del viejo reloj de pared que en este momento marca las 4:16 de la tarde, Tomo el libro que esta sobre la mesa y en su lugar coloco la taza humeante de café que traje de la cocina. Me siento frente a ella y coloco el libro a un lado, he perdido las ganas de leer.

Miro el reloj que ahora marca 4:18 y volteo a ver la lluvia golpear la ventana, una pareja de jóvenes atraviesan corriendo la calle intentando cubrirse con hojas de periódico y sonrío al recordar aquellos lejanos momentos cuando Diana y yo éramos jóvenes y nos gustaba caminar bajo la lluvia tomados de la mano.

El reloj marca las 4:57 he terminado el café y quiero compartir con ella mi recuerdo, dirijo la mirada hacia el sillón que esta bajo el reloj y este esta vacío, el único signo de su presencia mes la bolsa donde guarda el suéter que prometió hacerme hace ocho meses.

5:03 me dice el reloj, estoy solo y no me acostumbro a su ausencia, tiene 3 semanas que se fue y mi corazón y mente se niegan a aceptar que ella no está. Me levanto, tomo la taza voy a la cocina y la lavo, tengo presente que a Diana le disgusta dejar trastes sucios.

Vuelvo a mi silla,  veo el sillón vacío y pienso que en algún momento deberé quitar esa bolsa de ahí. El reloj marca  5:22 sin pensar digo ya va a empezar tu programa, pero no obtengo respuesta, en el sillón solo esta su ausencia.

La lluvia ha cesado, ahora un pequeño río baja por la calle arrastrando hojas y basura; vuelvo a recordar cuando siendo niños Diana y yo hacíamos barquitos de papel en esta misma calle pero más arriba y los arrojábamos a la corriente para competir en esas largas carreras a las que ocasionalmente se unían otros amigos.
 
El reloj marca las 6:12, el frío empieza a sentirse más fuerte y pienso que ahora que soy viejo los cambios de clima los siento con mayor intensidad, sin darme cuenta  pregunte : - ¿Quieres que te traiga un suéter? Voy por uno para mi. 

No obtuve respuesta.

Al regresar el reloj marca las 6:45, tomé el libro y ocupé el otro sillón que esta frente al televisor, intente leer pero no podía concentrarme, me dirigí al comedor acomode las sillas en torno a la mesa, quite unas motas de polvo del mueble grande y luego de una rápida mirada concluí que todo estaba como a ella le gusta.

De vuelta en la sala el reloj marca 7:02, una pasada rápida de la mano sobre la mesa que está junto a la ventana borró la marca de la taza de café. Satisfecho con el resultado, ocupo nuevamente mi lugar  frente al televisor y pienso que la casa está como a ella le gusta.

Después de mirar sin ver un rato la televisión decido apagarla, ella no está en el otro sillón y no hay quien secunde ni contradiga mis comentarios, ella me hace falta y no termino por acostumbrarme a su ausencia. El reloj me dice que son 10:16. No tengo sueño, pero me aburre la televisión y no tengo intención de leer; así que cerré la casa y me fui a acostar.

Cuando se es jubilado el tiempo tiene otra medida y otro ritmo. Para mí, el reloj de la pared de la sala que antes fue mi aliado y amigo, es ahora el peor de mis enemigos al avanzar con tanta lentitud, en especial en este momento en el que Diana no está a mi lado.

Para mí, la rutina y la monotonía es el pan nuestro de cada día. Todo lo que hago es marcado por el ritmo de ese reloj, a falta de mi compañera de toda la vida. Él marca los cambios en mis actividades.

Son las 8 de la mañana me dice el reloj, hora de desayunar.

8:40 hora de lavar trastes.

9:17 barrer y sacudir.

Poco después de las 10 ya había terminado mis tareas del día y me disponía a sentarme a leer cuando escuché ruidos en la puerta, al pararme a ver qué era; la vi. Sí, era ella, Diana está de regreso; corrí hacia ella, la abracé y la besé. Sorprendido, pregunté: 

- ¿Que pasó? ¿Por qué estas aquí?

Dejando su maleta en el suelo dijo : 

- Mi mamá ya está bien, y como la veo vivirá cien años.

Cerré la puerta, tomé la maleta y di gracias al cielo.
El reloj marca 10:17.

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