Ana María Román de Carlos
Ilustración: Pauline Roquier
Palabras clave: cuento
Era una niña preciosa: grandes ojos café-verdoso, tez morena clara, cabello castaño claro. Vestía siempre ropones de colores pastel, de seda, gasa, lino y algodón.
Sus padres, dueños de un gran castillo, rodearon a Lina de grandes lujos, habitaciones espaciosas, elegantemente decoradas, tanto que decidieron que todo fuera de cristal; hicieron traer los mejores y más variados cristales de todo el mundo.
Comenzaron con la cuna que se mecía muy suavemente y tenía un colchón muy suave, una almohadita y sábanas de seda de los más bellos tonos pastel. Engolosinados con la novedad, mandaron construir los muebles, los biberones, las sonajas; todo era de cristal.
Colgaba en su cuna un bello móvil musical, de cristal, por supuesto con varias figuras de animales que tintineaban con el movimiento y la música muy tenue, que mandaron colocar para evitar que alguna vibración fuerte los rompiera.
Había siempre varias mujeres cuidando a la niña día y noche para evitar que llorara o se moviera bruscamente.
¿Por qué no? El piso, la bañera y el resto de muebles del baño también eran de cristal.
Cristales sólidos, luminosos, metálicos, templados, laminados, zonas de doble cristal para aminorar ruidos, mates, transparentes; lámparas con diamantes, o juguetes de cuarzo, escapolita, pirita, grafito, sal. Aleaciones de todo tipo para obtener las más diversas y hermosas formas, texturas y colores.
Los señores del castillo se obsesionaron ante los resultados a tal grado que fueron sustituyendo los pisos y muebles de todo el recinto por objetos de cristal.
Lo anterior ocasionó que también cambiaran sus hábitos y costumbres: cambiaron su calzado por babuchas suaves para evitar resonancias y que los cristales se rayaran; prohibieron los gritos y cualquier sonido estruendoso que pudiera dañarlos.
Lina fue creciendo y habituandose a vivir entre cristales, solo podía correr y brincar en los amplios jardines. Una vez al día, cuando no había mucho sol, ni frío ni lluvia, era conducida al jardín donde podía correr, siempre con moderación, ya que era tan bella y parecía tan frágil, como el cristal.
Acudía por la tarde al comedor donde comía con sus padres; sólo se permitían sonrisas y casi susurros.
Las visitas eran recibidas en una carpa del jardín y sólo admiraban el interior del castillo a través de unos enormes ventanales. ¡Era tan bello!
Un día a su madre se le ocurrió ¿cómo se verán los jardines con flores de cristal? Buscaron a los mejores artesanos y los mejores cristales de colores para elaborar toda clase de flores, de todas las formas existentes en la naturaleza, las más bellas en los vidrios y cristales de los más vibrantes colores.
Hubo que ahuyentar a las aves, ardillas, ratas y otros animales que solían habitar en los jardines. No podía haber más perros, ni gatos, ni caballos, nada que pidiera lastimar esas flores.
Entonces surgió otra idea genial: ¿los árboles? Mandaron talar todos los árboles para sustituirlo por otros hechos de cristal, con toda la gama posible de frutos y
variedades, no importaba si eran tropicales, de bosque frío o semiárido, todo era posible.
Ahora Lina ya no podía correr ni brincar en los jardines, sus movimientos y juegos eran verse reflejada en los diferentes objetos, en la infinidad de facetas de los cristales. Como todo era del mejor cristal del mundo, traído de los lugares más exóticos y exuberantes, reflejaban una gran gama de colores; ella lucía en todo su esplendor contrastando con el reflejo cristalino de las habitaciones.
El castillo tenía un gran muro de piedra que no permitía ver hacia afuera.
Tenía instructores, nunca salía, ellos le leían y explicaban todo. Tocaba un arpa de cristal, ella recordaba que era de madera y que tenía otro sonido.
Pasaron los años y creció, llegó a la adolescencia siguiendo la misma rutina día a día, rodeada de profesores, se perfeccionó en el arpa y el canto, siempre interpretando melodías sutiles, muy suaves evitando resonancias estridentes que pudieran dañar los cristales.
Como cada día, acudió a comer con sus padres, ellos, como siempre la saludaron amablemente y ella respondió de la misma manera. En eso, se le cae un trozo de pan al suelo, el sirviente se apresuró a levantarlo, pero Lina alcanzó a agacharse antes y observó que la mitad del piso del comedor era de madera y la mitad de cristal. El piso de madera se continuaba hacia la cocina. No tenía permitido preguntar, pero se quedó muy intrigada. Le resultó muy difícil concebir que pudiera haber pisos de otros materiales.
Terminada la comida, subieron a sus habitaciones. Lina aprovechó la siesta de sus padres y bajó a la cocina; los sirvientes huyeron sorprendidos y contrariados al verla, no le estaba permitido ir a esa área. Ahí se encontraba la cocinera, una anciana bonachona que le sonrió y le dijo: -¡qué gusto verte aquí, niña! Pasa ¿En qué te podemos ayudar?
- No tenía idea de que fuera este lugar tan opaco y triste, nada brilla ni refleja nada ¿por qué?
La cocinera respondió: - No tenemos permitido hablar contigo y menos responder tus dudas, pero aprovechando que estamos solas, te diré. La mitad del piso del comedor es de madera porque al llevar las viandas podríamos derramar algo o resbalar y sería un desastre. Para evitar algún accidente, los sirvientes caminamos sobre la madera. La cocina es a prueba de ruidos pues con los cacharros somos muy estruendosos y podemos dañar los cristales.
Lina comentó: - Recuerdo que cuando era pequeña había algunas cosas de eso que llamas madera, mi arpa era de madera y emitía sonidos muy bellos, especiales, diferentes.
- Dijiste un lugar opaco y triste ¡nada de eso! Aquí se puede hacer ruido, les puedo gritar a mis ayudantes cuando es menester, también contamos chistes, escuchamos música alegre, cantamos, bailamos y reímos a carcajadas ¡Nada es triste aquí!
La joven observó cada detalle de la cocina y dio algunos golpes a los diferentes cacharros: cucharas de madera y de metal, ollas y sartenes de barro y cobre. Tocó las lechugas frescas, las espinacas, las carnes y quesos, nunca le daban comestibles frescos, todo debía ser muy elaborado, así que no había visto los víveres en su estado natural: el rojo intenso de las fresas, de la sandía; el verde de las legumbres y verduras.
En un rincón observó algo extraño: un bello ramo de flores con los colores más increíbles, fue hacía él.
Estas las conozco, mis flores son muy bellas, pero no igualan los colores, aromas y texturas de estas. Se quedó maravillada de lo que vio.
De repente algo llamó su atención, notó un reflejo que emanaba de ella, estaba acostumbrada a verlo en todo el castillo, en todo lo que utilizaba, por donde caminaba, todo lo que tocaba, pero esta vez se reflejaban en ella esas maravillosas flores y se dio cuenta con horror que ¡ella también ya era de cristal!
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