Eduardo David Infante Favila
Estoy parado sobre una colina, frente a mí se extiende un pequeño pero verde valle en el cual pastan en aparente tranquilidad un grupo de entre 15 y 20 caballos salvajes, lidereados por un hermoso y grande semental negro, a quien la voz popular ha bautizado como diablo y aseguran que es indomable, pues ha sido capturado tres veces y tres veces a escapado no sin antes herir gravemente a sus captores.
Con tranquilidad camino hacia el valle, tras de mí queda un grupo de 20 personas con quienes tengo hecha la apuesta de que puedo tocar al diablo y salir vivo.
Ya estoy en el valle y cerca de los caballos quienes se muestran inquietos, algunos parecen temerosos y otros están a la expectativa, el gran semental se dirige a desde el otro lado del valle a gran velocidad, su tupida crin se mece con el viento y la gran cola que lleva enhiesta le da un aspecto aterrador.
Me detengo a unos 30 metros del grueso de la manada y me quito el sombrero, que dejo en el suelo, el gran semental se detiene como a 20 metros del lugar en donde estoy y me observa, le muestro ambas manos para que vea que no pretendo capturarlo y mientras le hablo suavemente doy dos pasos hacia él, el potro retrocede y se para en las patas traseras mostrando que no será fácil de atrapar. Me arrodillo y de la bolsa de la camisa saco un trozo de manzana y con suavidad lo arrojo en dirección al caballo que corcovea como diciendo no te acerques, me levanto y mientras continúo hablando acorto un poco más la distancia que nos separa, el semental está desconcertado, no sabe si huir o quedarse, el resto de la manada se mueve inquieto, parece esperar ordenes de su líder para actuar.
Nuevamente me arrodillo y lanzo otro trozo de manzana que cae muy cerca del animal quien lo olfatea y al parecerle apetecible lo come, después se acerca lentamente al primer trozo que lance y repite la acción anterior, yo aprovecho para acortar un poco más la distancia continúo hablando. En mi mano he colocado otros tres trozos de manzana y los ofrezco como tributo de paz al rey de la manada quien retrocede un poco y nuevamente se levanta sobre las patas traseras y me quedo inmóvil; se que debo ser cautelosa pues cualquier movimiento brusco podría espantar al potro este huiría con su manada, dos pasos más y me detengo, hablo suavemente invitando a aquel hermoso animal a comer de mi mano, él continúa dudando y retrocede.
Solo me quedan 3 trozos en la bolsa y los que tengo en la mano, así que debo jugar mis cartas con mucho cuidado, dos pasos más al frente y lanzo otro trozo de manzana, la negra y larga crin es agitada por el viento cuando el noble animal se inclina para comerlo, doy un par de pasos y piso una rama que al romperse produce un fuerte chasquido que espanta al caballo que se aleja con un pequeño galope. Sin moverme del lugar en donde estoy me arrodillo y lanzo otro pedazo de manzana a un par de metros de mi posición, el caballo se acerca con un trote suave que demuestra que está confiado, come la manzana y me observa, le hablo suavemente y al ponerme de pie acorto más la distancia que ahora es de poco menos de un metro, extiendo el brazo en el que tengo la manzana y el animal me mira fijamente como intentando adivinar mis intenciones; se muestra receloso, me arrodillo manteniendo el brazo extendido en dirección al caballo con la mano libre tomo una pequeña pero firme vara y mantengo la vista en el suelo.
Por el movimiento de su sombra (sigo sin levantar la cabeza) puedo ver que el hermoso semental, aunque dubitativo se acerca a mí, lentamente me pongo de pie y continuo hablando suavemente; el diablo se para muy cerca de mi mano y levanta la cabeza, con su postura me hace notar que él es el amo y señor del valle.
Con la mano libre toco suavemente el lomo del potro procurando que sea un movimiento claro y visible para los hombres que me observan desde la colina, cuando el animal termina con la manzana lo noto tranquilo, tal vez relajado, con lentitud retiro la mano de su lomo y con un movimiento rápido y violento clavo con fuerza la vara en sus ijares, el semental relincha creo más por la sorpresa que por el dolor, tira una patada que no me pega por centímetros, corcovea y se aleja a toda velocidad seguido de su manada.
Mientras lo veo alejarse digo en voz alta: -Perdón amigo, te lastime para que no confíes en los humanos-.
1 comentario:
Corto, interesante y bello. Me agrado mucho!
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