Felipe Román López
Título: Ellas, que dan de que
hablar—Las mujeres en la Guerra de Independencia.
Autora: Carmen Saucedo Zarco
Editorial: INEHRM
Edición: Primera 2010
Número de hojas: 96
Este libro es un homenaje a las mujeres que vivieron la guerra de
independencia de México, acompañando a sus hombres en calidad de madres,
esposas, concubinas, hijas, prostitutas, etc. y que, injustamente, hoy han sido
olvidadas por los historiadores.
Les tocó a las mujeres vivir las restricciones que los padres, la
sociedad y la religión les imponían, aconsejándolas: “no des de qué hablar”,
conminándolas a cumplir estrictamente, so pena de castigos corporales y la
condenación eterna.
La moral de las mujeres era vigilada por los padres, parientes, vecinos,
curas y extraños, debía ser tal que nada se dijera, ni para bien ni para mal
pues, la mujer decente, modesta y virtuosa no se hacía notar.
La participación de la mujer en la guerra de independencia es incuestionable.
Recordemos en este libro a algunas de las mujeres que dieron de qué hablar, con
su actitud de apoyo decidido a sus hombres, lo que le ocasionó a muchas, ser
detenidas y enjuiciadas y encarceladas o fusiladas.
En 1801, cuando el cura Miguel Hidalgo y Costilla, era párroco de San
Felipe, fue acusado ante la inquisición de ser: “algo libre en el trato con
mujeres”, por organizar saraos a los que asistían hombres y mujeres, sin que se
pudiera demostrar que el trato entre los asistentes faltara al decoro.
Fue una mujer, Juana González la que presenció y relató cómo los
insurgentes se abanderaron con la imagen de la virgen de Guadalupe, a su paso
por Atotonilco. La imagen la proporcionó Doña Ramona Zapata a uno de los
rancheros.
La señora María Josefa Ortiz, esposa del Corregidor de Querétaro, Miguel
Domínguez, participó activamente en la conjura por la independencia y, su
esposo tuvo que encerrarla en su alcoba para evitar sospechas.
Posteriormente fue encarcelada por la Inquisición, a principios de 1814,
en una austera celda del convento de Carmelitas Descalzas, de Santa Teresa la
Antigua, de la ciudad de México. Fue liberada hasta junio de 1817, al parir a
su treceavo hijo.
En las reuniones que hacían en la casa de Mariana Rodríguez del Toro y
su esposo Manuel Lazarín, planeaban secuestrar al virrey Venegas, para trata r
de liberar a Don Miguel Hidalgo y compañeros, apresados en marzo de 1811 pero,
fueron delatados por un hombre y sufrieron prisión ambos esposos, hasta el fin
del año de 1820.
Leona Vicario tenía 21 años, cuando ella con su esposo Andrés Quintana
Roo, fundaron la Sociedad de “Los Guadalupes”, que fueron un gran apoyo de los
insurgentes.
Leona estuvo presa en el Colegio de Belén, hasta que fue rescatada por
insurgentes, el 22 de abril de 1813.
Recordemos ahora el nombre de algunas de las mujeres que perdieron la
vida en aras de su apoyo a los insurgentes:
Gertrudis Bocanegra (mestiza de Pátzcuaro), perdió a su esposo e hijo
que luchaban al lado de los insurgentes, quiso regresar a Pátzcuaro para fungir
como espía pero fue descubierta y pasada por las armas en Octubre de 1817.
Carmen Camacho, potosina, quiso convencer a José María García de que se
pasara al lado insurgente peor, este la denunció y fue aprehendida y declarada
culpable. Calleja firmó la sentencia de muerte que se ejecutó el 7 de diciembre
de 1811. De su cuerpo colgaron un cartelón que decía: “seductora de tropa”.
María Tomasa Esteves Sala fue aprehendida por Agustí de Iturbide y fue
ejecutada el 9 de Agosto de 1814 y su cabeza expuesta en la plaza de Salamanca.
Indudablemente hubo muchas mujeres que acompañaban al ejército
insurgente y, se ha dicho, que los acompañantes de Hidalgo, más que ejército,
parecían un pueblo en éxodo.
Las mujeres acompañaban por voluntad propia o iban raptadas por los
insurgentes, sin que pudieran contraer matrimonio, porque los curas tenían
prohibido casarlos si no renunciaban a su carácter belicoso.
María Catalina Gómez de Larrondo, hacendada de Acámbaro, secuestró, con
sus empleados y criados, a 2 españoles, con lo que demostró su apoyo
insurgente.
Ana María y Trinidad Ortega, junto con su madre, fueron sorprendidas con
las ramas en la mano, cuando los realistas tomaron la hacienda de Cerro Gordo,
en ju8nio de 1815 y fueron enviadas a prisión a la ciudad de México.
Manuela Paz fue aprehendida en Huichapa, el 3 de mayo de 1813 y fusilada
con los hombres encontrados en la misma situación.
Prisca Marquina de Ocampo, acompañaba a su marido en las batallas, hasta
que él fue fusilado en Taxco en 1814.
Manuela Molina, india cacica de Taxco estuvo en 7 batallas. Conoció a
Morelos en Acapulco, donde fue herida y derrotada. Se retiró a Texcoco, donde
murió en 1822.
María Josefa Martínez de San
Antonio el Alto, era viuda del insurgente Miguel Montiel, fue aprehendida y
presa en la Casa de las Recogidas de Santa María Egipciaca.
Rafaela López Aguado, madre de Ignacio, Ramón, Rafael, Francisco y José
María Rayón, acompañó a sus hijos en las campañas que emprendieron y prefirió
verlos muertos que rendidos al enemigo.
Cuando apresaron a Francisco y le ofrecían el indulto, Rafaela lo
rechazó y prefirió que lo fusilaran en Ixtlahuaca en diciembre de 1815.
Hubo madres que entregaron a sus hijos al enemigo en prenda para salvar
la vida de su esposo, recordemos algunas:
Manuela de Roxas Toluada, esposa de Mariano Abasolo, pidió el indulto de
su esposo a Félix María Calleja, ofreciendo en prenda a su hijo de 2 años.
Rita Pérez, esposa de Pedro Moreno, siguió los pasos de su esposo y dejó
a su hija más pequeña (Guadalupe), encargada al cura Ignacio Bravo pero, el
capitán realista José Brilanti la tomó prisionera y la crió como su propia
hija.
Manuela de Rojas Taboada, esposa de Mariano Abasolo, lo acompañó en las
campañas y, cuando fue hecho prisionero y condenado a prisión perpetua en el
Castillo de Santa Catalina de Cádiz, lo acompañó en el cautiverio, hasta su
muerte el 14 de abril de 1816.
Hubo otras muchas mujeres cuyo único delito fue ser esposa, amante,
hija, hermana o madre de algún insurgente y, de ellas, se relata: “Los realistas
las retuvieron como rehenes, para obligar a los insurgentes a entregarse o a
indultarse, lo que no siempre ocurrió.
Las beaterías, recogimientos y cárceles estaban atestados y fue hasta
1820, cuando empezaron a liberarlas.
Muertos o presos sus maridos, las mujeres se hundieron en la pobreza
pues, a pesar de haberse consumado la independencia y reconocidos los méritos
de los combatientes, las madres, esposas e hijas, tuvieron que vérselas por sí
solas, pues las pensiones que obtuvieron rara vez les fueron pagadas.
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